sábado, 2 de febrero de 2008

Ciencias de la Información



Era mi primer día de universidad. Cuando llegué no había nadie, no sabía muy bien que hacer, así que entré al servicio para hacer tiempo a que diesen las ocho en punto. Allí conocí a Brenda, una chica un poco más alta que yo, con pelo largo y que venía de Guadalajara. Después de presentarnos subimos a clase, nos sentamos en tercera fila y comenzaron las clases. El aula estaba llena de gente, seríamos como ciento veinte personas, y la verdad que me asustó un poco ver a tanta gente en el mismo lugar, porque yo siempre he sido muy tímida. Siempre me he propuesto ser más abierta, más extrovertida, y ahora que comenzaba periodismo no podía ser solo una propuesta, sino que tenía que convertirse en un hecho. Pocos minutos después entró al aula un chico rubio, no muy alto y de algún año más que nosotras. Brenda y yo intentamos conocerle un poco más, pero no nos inspiraba la suficiente confianza, por el momento, claro.
Mi familia siempre me había dicho que la gente que conociese en la universidad se convertirían en mis amigos de verdad, esos que duran para siempre, que son maduros y que no te critican por la espalda, que siempre están ahí para ayudarte en tus malos momentos, para dejarte los apuntes o incluso, para saltarte las clases. Supongo que eso me ilusionaba algo más en el nuevo camino que emprendía, ya nadie estaba detrás de mí: ni los profesores, ni mis padres…No estaba obligada a ir a clase y tendría que acostumbrarme yo sola a sacarme las castañas del fuego. Eso, quieras que no, me hacía ver que tenía que hablar con más chicos y chicas de aquella clase, relacionarme… y así fui conociendo a más gente, hasta llegar a ser un grupo de unas 15 personas. Al contrario que aquellos ya lejanos días de colegio, me gustaba ir a la facultad, hablar con la gente, y escuchad las clases, unas más interesantes que otras.
En menos de un mes ya salía a dar una vuelta, a tomar algo, o a celebrar alguna fiesta con aquellos con los que mejor me llevaba. Era una distracción para mis preocupaciones de aquel entonces, y hablar con la gente me reconfortaba, me hacía sentir bien. Además cada día podía conocer a alguien nuevo, con quien hablar. Conocí a tres chicos más: Diego, Nacho, y Álvaro, el chico que llegó tarde el primer día de clase. Esta vez si que pude hablar con él más tiempo, tener algo de confianza y algún tema del que hablar, y poco a poco, sin saber cómo, me fui enamorando de él.
Pasaban los días y cada día me sentía mejor rodeada de aquella gente que venía de lugares diferentes, con vidas muy distintas pero a la vez paralelas. Me sentía una persona querida, útil y capaz de hacer reír a los demás, lo que me hacía feliz a mí también. Cada vez hacíamos más cosas todos juntos, patinábamos sobre hielo, asistíamos a ruedas de prensa, presentaciones de libros, descripciones sobre nosotros, nos íbamos formando como periodistas, sin ninguna distinción ni ningún tipo de competencia entre nosotros. Llegó mi cumpleaños. Lo celebré con todos ellos, pero no esperaba nada, ni un regalo. Cual fue mi sorpresa cuando aquella noche recibí un montón de detalles acompañados de una tarta de cumpleaños, pero sobre todo millones de abrazos y de sonrisas…Mi cumpleaños fue motivo para que otra persona, Sergio, entrase en mi vida, otro compañero más, que sería en muy poco tiempo un amigo más.
Se aproximaban las navidades, cada uno volvería a su lugar de origen a reunirse con su familia y sus seres queridos. Sin duda, daba pena estar un mes sin compartir esa clase, la 508, de la facultad de ciencias de la información de la “Complu”. Eran muchos momentos juntos, muchas sonrisas, abrazos, horas en la cafetería, muchos desahogos sobre nosotros y nuestros problemas… y nunca imaginé que podría echar tantísimo de menos a alguien que conocía de hace escasos meses. Para hacer la despedida amena, decidimos hacer una cena de Navidad, en la que pudiésemos estar todos juntos, salir de fiesta, reír y disfrutad de otro momento más. También conocí a más gente. En este caso eran tres chicos que solía ver por clase pero que parecían muy callados. Eran Julián, Sergio y Chuso, pues así es como se presentó en aquel local al que asistimos la mayoría. Desde esa noche formarían parte de nosotros.

1 comentario:

Álvaro Méndez dijo...

qué sorpresa tan bonita...

tienes alma de periodista!!!

TE QUIERO